23.2.12

Novela - Capítulo 3


Entre carta y carta, las jóvenes fueron descubriendo que el verdadero deseo de su abuelo era que visiten distintas ciudades y pueblos del país, aunque todavía no había un motivo aparente.
El recorrido estaba, en su mayoría, librado al azar; ya que él prefería dejar algunas cosas en manos del destino – si es que tal cosa existía
Los días siguientes se sucedieron rutinariamente, convirtiéndose en semanas. Si bien Paz y Olivia estaban cada vez mas entusiasmadas y no dejaban de pensar en su viaje cada vez mas próximo, habían logrado concentrarse para rendir los exámenes del colegio y los finales de la facultad respectivamente, obteniendo excelentes calificaciones.
Las hermanas habían logrado esbozar una hoja de ruta, según los lugares que debían visitar obligadamente. Irían hacia el Norte, luego se dirigirían hacia el extremo Sur y posiblemente luego volverían a su ciudad. Este mapa, por supuesto, estaba sujeto a cambios todo el tiempo.

“No soy de aquí, ni soy de allá
No tengo edad ni porvenir
Y ser feliz es mi color de identidad”
Decía uno de los escritos firmados por Camilo, emulando a Facundo Cabral. A partir de esto -que las jóvenes interpretaron como importante- decidieron que Miranda, el pueblo homónimo de su madre en el cual había nacido su abuelo sería el primer destino.
Los días previos a la partida los dedicaron pura y exclusivamente a poner en condiciones el interior del vehiculo. Sobre uno de los lados, y con ayuda de Nicolás, colocaron una mesa con un sillón rodeándola, al estilo de una cafetería vintage. Mas atrás, contra la puerta del fondo, había una cama cucheta a la que adicionaron unos colchones en el suelo, unas lucecitas navideñas trepando como si se tratara de una enredadera artificial dando una luz tenue y un gran cortinado bordó, separando este sector del resto del colectivo. Lo demás estaba ocupado por muebles con libros, ropa, comida y elementos básicos para vivir. Paz se encargó de rellenar los recovecos que quedaban libres en las paredes con posters de Coldplay y The Beatles, sus bandas preferidas.
Decidieron que lo mejor era emprender el viaje cuanto antes, porque el verano y las vacaciones las limitaban.
El día de la partida se sentía raro; había llovido durante días y la tormenta había cesado horas antes. Todo era gris pero el sol comenzaba a asomarse. Era raro, se sentía raro. Miranda y Nicolás las abrazaron emocionados, ellos sabían lo que venía, por eso no querían retenerlas. Las hijas se subieron felices a su “casita rodante” aunque tenían un poco de miedo; ese miedo típico a lo que viene y se desconoce.
Olivia agarró el volante, la hacía sentir importante, responsable, libre.
- ¿Qué sentís?- le preguntó a su hermana, que observaba compungida como recorrían por última vez en semanas, quizás meses, las calles de su ciudad.
- Paz- respondió ella irónicamente. Y esa palabra quedó resonando en su cabeza, como si la estuvieran llamando.
Iba mirando sin mirar por la ventanilla, hasta que su mirada se posó inconscientemente sobre una cruz blanca, bajando la vista descubrió que sobre la pared y a modo de moldura estaba escrito su nombre en latín: PAX. Mas abajo, una enorme puerta de rejas conducía al cementerio local. Si bien esto llamó su atención sobremanera, no logró relacionarlo con nada en especial hasta que pasaron por un bar de ruta, bastante precario, llamado “El encuentro”. Esto remitió a Paz a la primer carta de su abuelo, que comenzó a buscar desaforadamente. Olivia vio el despliegue por el espejo retrovisor y alarmada le preguntó a su hermana que ocurría.
- Tenemos que volver al cementerio- Aseguró la menor.
Olivia creía profundamente en las corazonadas de su hermana, por eso detuvo el colectivo a un lado de la ruta, pero siempre fue más racional, lo que la llevaba a no arriesgarse lo suficiente.
- ¿Para qué? No está en los mapas que hicimos Pachi, perdemos tiempo.- Dijo, intentando convencer a su hermana y a su vez, a si misma.
- “hay solo dos lugares donde podemos estar juntos, uno es tu mente, Paz; y el otro, es tu homónimo.” – Recitó Paz y miró a su hermana esperando una respuesta.
- ¿Y? – Dijo Olivia sin entender, y con miedo a que su temperamental hermana se enoje.
- ¡Ese lugar “se llama” como yo! – Dijo Paz entrecomillando con sus dedos- ¡Ahí podemos encontrarnos con Camilo!
- ¿Vos decís que nos vamos a encontrar con un fantasma?
- No se Oli, no creo. Pero confiá en mi, por favor.
La hermana mayor calló y volvió a conducir el vehiculo, esta vez en dirección contraria.
Cuando llegaron al cementerio no sabían para donde ir, así que comenzaron a buscar según los años de muerte para ver en qué zona podía encontrarse la tumba de su abuelo.
La tarde comenzó a caer y el lugar se comenzó a tornar un tanto tétrico pero con una paz abrasadora. Las chicas, ya cansadas de buscar, comenzaron a simplemente observar; y fue ahí cuando encontraron un panteón familiar con un epitafio que rezaba: “No soy de aquí, ni soy de allá”. En ese panteón estaban las tumbas de Camilo y todos sus familiares.
- Si pertenecen a esa familia, acarrean grandes responsabilidades.-  Dijo una voz lúgubre y quebrada. Las hermanas giraron y vieron que detrás suyo había una anciana de apariencia débil que las observaba sentada desde un banco. La mujer se paró con la ayuda de un bastón y se acercó esbozando una sonrisa. Las chicas no encontraban nada de gracioso ni simpático en la situación, por eso permanecían inmóviles.
- ¿Qué sabe usted de ésta familia?- Se animó a decir Olivia.
- No mucho, aunque mucho más de lo que ustedes creen.
- ¿Podría dejar los enigmas, por favor? Es importante para nosotros.- Suplicó Paz.
- Ya lo se, hijita, ya lo se.- Dijo la anciana, sonriente.- Lo único que puedo decirles es que sigan sin miedo los grandes planes que les fueron asignados. Y que le hagan caso a su abuelo, aunque él es solo un mensajero.
La anciana sacó un par de flores de su canasta y se las dio, sonriente y mirándolas a los ojos. Su mirada denotaba un amor que las jóvenes no esperaban encontrar en un lugar así.
Cuando la mujer se fue, Paz reaccionó, y siguiendo un impulso arrancó la llave que le había regalado Camilo para su último cumpleaños, que ahora colgaba de su cuello.
- ¡Estás loca!- atinó a decir Olivia cuando adivinó sus intenciones.
Ya era demasiado tarde. Paz giró la llave y con un leve clic la puerta del panteón fue abierta.